Entre los escasos libros de temas bomberiles escritos en nuestra patria, hemos encontrado uno de ellos que; grafica lo que fue la participación de bomberos en el terremoto del jueves 16 de agosto de 1906 a las 19,55 horas en Valparaíso; Capital Marítima de la República. Su autor el distinguido bombero de la Sexta Cía. “Salvadores y Guardia de Propiedad” de Santiago, Galvarino Ponce. A modo de génesis antes de la llegada de bomberos de la Capital se puede señalar que el 16 de agosto de 1906 amaneció con el cielo parcialmente despejado en la ciudad. Se suponía que sería un día hermoso camino a la primavera, sin embargo a media mañana el cielo se cubrió y una extraña llovizna empezó a caer en el puerto. A las 19,55 horas poca gente andaba en las calles. La mayoría estaba en casa cenando, en sobremesa o ya descansando en cama.
Durante 4,55 minutos la tierra se sacude con fuerza, se tranquilizó durante otros 15 segundos y nuevamente se sacudió con insólita y desconocida fuerza durante eternos 90 segundos. Cuando los 8,6 grados se retiran quedan en el puerto más de 3.000 muertos y una estela de incendios que iluminan el cubierto cielo de la ciudad durante toda la noche y los saqueos se castigaron con fusilamiento en plena calle sin juicio alguno.
El 16 de agosto de 1906, siendo presidente Germán Riesco Errázuriz y estando ya
elegido su sucesor Pedro Elías Pablo Montt Montt, sobrevino el peor terremoto que, en número de muertos, supero a
los anteriores ocurridos en Chile. El terremoto había sido anunciado hasta con
indicación de lugar y hora de ocurrencia. El Capitán de Corbeta ;Arturo Middleton,
jefe en ese entonces de la Oficina Meteorológica de la Armada de Chile,
basándose en estudios anteriores del Capitán de Marina Mercante Alfred J. Cooper
(autor del libro Solectrics; a theory explaining the causes of tempests, seismic
and volcanic disturbances and other natural phenomena : how to calculate their
time and place (1917), señalaba: Los resultados obtenidos por el capitán Cooper
provienen de investigaciones de cientos de observaciones y de cuarenta años de
práctica las que casi en su totalidad han coincidido con diferentes fenómenos
atmosféricos. Están basadas todas ellas en situaciones relativas de luna,
planetas y sol, tomando la primera como factor principal y la que por su
influencia es la que hace variar en intensidad los diversos fenómenos y según
la posición que ocupe sobre su órbita”.Después de describir las teorías de
Cooper, Middleton concluía: Si en las circunstancias anotadas anteriormente
los círculos de la luna y el sol se interceptan,formarán dos puntos críticos
que serán los de mayor peligro”. Finalmente, el diario “El Mercurio” de
Valparaíso publicó la carta de Middleton el 6 de agosto en pequeño espacio
indicando: REPÚBLICA DE CHILE ARMADA NACIONAL Pronóstico sobre fenómenos
atmosféricos: La Sección de Meteorología de la Dirección del Territorio Marítimo
ha pronosticado fenómenos atmosféricos y sísmicos para el
día 16 del presente mes, basada en las siguientes observaciones. El día fijado
habrá conjunción de Neptuno con la luna y máximo de declinación norte de ésta.
A causa de estas situaciones de los astros, la circunferencia del círculo
peligroso pasa por Valparaíso y el punto crítico formado con la del Sol cae
sobre las inmediaciones del puerto. Cap.C.C. Arturo Middleton. En la crónica La catástrofe
del 16 de agosto de 1906 en la República de Chile publicada ese mismo año, los
autores se preguntaban “¿Tuvo alguien en cuenta en ese día la predicción del
capitán Middleton?”.
responden: Seguramente no, porque desde hacía algunos años, los anuncios de
días críticos de otro origen habían fracasado y caído en completo desprestigio”.
Terremoto A las 19:55 horas, cuando la mayor parte de la población estaba
comiendo, se oyó un ruido subterráneo y antes que este terminara se
produjo el primer remezón, que duró alrededor de cuatro minutos; El segundo se
produjo a las 20:06 y, aunque duro dos minutos, fue muchísimo más violento,
completando la ruina de la ciudad. Valparaíso quedo prácticamente destruida. El
barrio El Almendral (de la Plaza de la Victoria hasta el Cerro Barón) ardía en
sus cuatro costados y los muertos se contaban por miles. Tampoco se salvó el
Mercado Cardonal, el Teatro de la Victoria y la Intendencia, la Gobernación
Marítima en la Plaza Sotomayor y el Muelle Fiscal en el Puerto, entre otros
edificios. Los incendios devastaron extensas áreas de la ciudad ya destruidas
por el terremoto. Las réplicas ocurrieron durante toda la noche, contándose 56
de ellas durante las primeras veinticuatro horas; causando permanente
intranquilidad agregándose el temor de que la tierra se abriera y de que
ocurriera un maremoto. Según muchas personas el mar se retiró y dejó en seco la
playa al pie del malecón, calculándose que el descenso de las aguas fue de
aproximadamente cuatro metros bajo el nivel de esa hora; al regresar las olas,
los malecones impidieron la inundación de la ciudad. El terremoto provocó
graves daños en la zona central de Chile desde Illapel a Talca. Sentido en
Tacna a Puerto Montt generando un maremoto. Levantamiento de suelo ocurrido a
lo largo de la costa desde Zapallar de Llico (cerca de 250 kilómetros o millas
150). VIAJE DE LOS BOMBEROS A VALPARAÍSO (CON MOTIVO DEL TERREMOTO DEL 16 DE
AGOSTO) LA JORNADA DEL HAMBRE AUTOR: GALVARINO PONCE, BOMBERO DE LA 6ª COMPAÑÍA
DEL CUERPO DE BOMBEROS DE SANTIAGO. Explicación: Poco antes de partir a
Valparaíso mi capitán me ordenó que redactara un diario con las novedades del
viaje. Las líneas que van en seguida forman ese diario. Algunos compañeros
benévolos han deseado se publiquen para guardar el recuerdo de esa jornada
azarosa. He suprimido algunas observaciones íntimas i he agregado otras para
hacer menos árida su lectura. He pensado que podía venderse este folleto i el
producto de su venta podría aliviar algún dolor. I me he acordado de los
huerfanitos que trajimos de Limache. Es, pues, para ellos todo lo que se reúna
por la venta de este cuaderno. No necesito invocar sentimientos caritativos a
mis compañeros; sé que ellos, sus madres i hermanas, acudirán presurosos a
depositar la limosna que destinarán a los que no conocieron el más grande de
los cariños! GALVARINO PONCE 16 de octubre de 1906 EL VIAJE DE LOS BOMBEROS
A VALPARAISO En la noche del 18 de agosto se reunía en los salones de la
Comandancia del Cuerpo, un grupo numeroso de bomberos que deseaban escuchar
las resoluciones que tomaría la Comandancia, sobre el viaje a Valparaíso.
Después de una discusión corta, se acordó que las comisiones partieran al día
siguiente. El señor Superintendente don Ismael Valdés Vergara dijo en aquella
ocasión: No creáis, señores voluntarios que el viaje sea fácil.
Las privaciones i los sufrimientos serán vuestros compañeros inseparables. Os
recomiendo llevéis abrigo i provisiones i que la esperanza de ser útiles, haga
menos penosa la marcha. Con estas palabras se dio por terminada la reunión.
Cumpliendo las órdenes impartidas, a las 9 A.M., en punto, estaba formado el
Cuerpo en los andenes de la Estación Central.
Los capitanes de Compañía se habían esmerado en seleccionar de su personal los
jóvenes más trabajadores i entusiastas. El señor Superintendente Valdés, el
Comandante Phillips i los Capitanes Ayudantes, pasaron revista en medio del
mayor silencio. Se ordenó en seguida ocupar los carros del tren especial que a
los pocos minutos partía, en medio de los adioses de los compañeros que
quedaban al cuidado de la ciudad. Llevamos como jefe al 2º Capitán Ayudante,
don Alberto Mansfeld. La marcha fue lenta; la línea está en mui mal estado, el
maquinista va inseguro; es el segundo tren que corre después de la catástrofe;
el primero lleva a los señores Ministros de Guerra e Interior i ha partido tres
horas antes. Por todas partes se divisan murallas, pircas i ranchos destruidos.
Los edificios de las estaciones i bodegas están destruidos unos, agrietados
otros. En el Túnel de la Paloma se hace un trasbordo dificultoso, la entrada
norte está obstruida por grandes peñascos desprendidos de los altos cerros.
Aquí encontramos una Compañía de Ingenieros Militares que ha hecho un camino
por fuera del túnel i que nos ha servido para hacer el trasbordo. Esta tropa
parte a Llai-Llai, antes que nosotros, en tren especial que lleva orden de
volver por el Cuerpo. Tenemos que luchar constantemente con un sinnúmero de
paisanos que ocupan los carros i dejan a los voluntarios, no solo sin asiento,
sino también sin lugar para seguir el viaje. Van cerca de trescientas personas
en dos carros de primera. Los enviados i corresponsales de la prensa
santiaguina se abren paso valientemente para llegar de los primeros. Los
corresponsales fotográficos, para hacerse gratos, enfocan sus máquinas a cada
momento… Varios paisanos tienen sus familias en Valparaíso i van desesperados;
los más son curiosos, a quienes no lleva otro propósito que recibir
impresiones. En algunas estaciones encontramos personas que vienen a pie desde
el puerto i que nos refieren escenas tristes i desgarradora, talvez exageradas.
Nosotros preguntábamos: ¿siguen los incendios? ¿Hay vidas que salvar? ¿Será
oportuna nuestra llegada? El pueblo de Llai-Llai, antes tan alegre i bulliciosa,
ofrece ahora un aspecto desconsolador. Aquí no formamos una idea de cómo podía
estar en Valparaíso. El señor Superintendente recorre el pueblo i parece que
sufre ante tanta desgracia i tanta miseria. El noventa i cinco por ciento de
las casas están destruidas; sus pobres habitantes recorren las calles como
enfermos, mirando las ruinas i los escombros humeantes. Las chimeneas de los
hornos i fábricas están derrumbadas; los hoteles mudos, ni un alma cerca de
ellos. El médico de ciudad, nuestro amigo el doctor Hermosilla, nos dice que
hasta ese momento, 3 P.M., se han sepultado cerca de 60 cadáveres; los heridos
son innumerables, se han concluido los desinfectantes, no hay morfina para
calmar los dolores. Es mui difícil encontrar pan. A las 9 P.M. llegamos a
Limache, término del viaje en ferrocarril. Muchos fuimos partidarios de seguir
inmediatamente, pero órdenes superiores nos hicieron pernoctar allí; quedamos
descontentos, queríamos llegar pronto, trabajar, demostrar nuestro esfuerzo i
de lo que éramos capaces. Por algunas personas nos impusimos que el pueblo
estaba totalmente destruido. No hay nada que comer. Algunos voluntarios duermen
en el mismo carro en que hemos viajado, otros sobre montones de pasto seco,
muchos hacen fogatas para espantar el frío de aquella noche cruel, las mismas
sirven para cocer papas, único alimento de muchos voluntarios en aquel primer día
de nuestro viaje. Los señores Ministros duermen en esos momentos en un carro,
un centinela los cuida. DIA 20 A los gritos de ¡levantarse! ¡arriba! Despertamos:
serían las 05,00 de la mañana. Arreglado el equipaje, emprendimos la marcha
envueltos en una neblina densa i oscura. La esperanza abrigada desde la noche
anterior de que el Regimiento Lanceros, pudiera darnos una taza de café, fue
una ilusión forjada en la mente de algún voluntario alegre.
Algunos empleados de la estación nos acompañan con luces que alumbran
miserablemente hasta el puente del ferrocarril. A nuestro lado marchan paisanos
en cuyos rostros se advierte el sufrimiento i la falta de alimentación; han
dormido en el suelo, desean seguir viaje con el Cuerpo. Algunas compañías
entonan marchas, en silencio, otros silban. Pronto despierta la mañana. La
neblina se aleja flojamente i deja descubierto los árboles i la verdura; los
pájaros sacuden sus alas i cantan, saludan a la aurora. Llega el sol brillante
i todo lo alumbra con alegría; los campos están hermosos i se recuerda al poeta
inspirado que dijo: I tus campos de flores bordados, Son la copia feliz del
edén … Todo invita a la alegría, el corazón ríe, el estómago olvida sus ansias
crueles… Al medio día el sol incomoda demasiado; los cascos i las gruesas
cotonas no son apropiados para esas marchas. La alegría ya no es nuestra
compañera, avanzamos mudos, sudorosos, con la cabeza inclinada. A esa hora la
5ª toma la vanguardia, se aleja con orden. Algunos bomberos queremos llevarnos
la gloria de llegar primero a Peñablanca i avanzamos en desorden. Hai un poco
de amor propio escondido en el pecho de cada bombero. Lleva la punta uno de la
10ª; luego sigue la 5ª i al lado de ésta, un bombero de cada una de las
compañías 2ª, 6ª i 7ª sigue impertérrito con su hacha al hombro. En Peñablanca
encontramos un poco de pan, una taza de té i harina tostada. Descansamos una
media hora i se dio orden a la 5ª para que siguiera de avanzada hasta Quilpué,
donde haría preparar alimentos para todos los compañeros. A las dos horas de
camino no se había ordenado descanso i esto obliga al Teniente de la 6ª a tomar
la siguiente medida: Mi compañía hace jornadas de una hora i descansa cinco
minutos. Esta medida dio excelentes resultados i se cumplió estrictamente.
Parece que la 2ª hizo algo parecido, pues en los momentos que descansábamos, la
vimos pasar en buen orden. En el camino encontramos escasas provisiones. El pan
se cuidaba como oro. En Peña Blanca vimos al voluntario de la 6ª, don Juan
Fleischmann, desprenderse del único que guardaba, para obsequiarlo al médico de
ciudad de Santiago, doctor Donoso Grille, que ese día no había comido. Las
damas i los vecinos más respetables nos esperaban en Quilpué, con galletas, té,
charqui, etc. Este fue el origen feliz de la “Olla del Peregrino”, que tantos
servicios prestaron en aquellos amargos días a todos los que por allí pasaban,
incluso el Exmo. Señor Montt. Fue tanta la atención de aquellas nobles
personas, que el recuerdo de ellas quedará gravado eternamente en el corazón de
todos los bomberos que hicieron el viaje. Antes de entrar en aquel cariñoso
pueblo, otra familia nos había obsequiado con un vaso de buen vino que
reconfortó nuestro cansado cuerpo. Con aprobación unánime, el simpático Schinor
de la 5ª, gritó, antes de partir: “Por el pueblo de Quilpué hip! hip! hurra”,
que fue contestado inmediatamente con los tres hurras reglamentarios. No es exagerado
decir que el camino del ferrocarril estaba tan concurrido como cualquiera calle
de Santiago. ¡Tanta era la jente que huía de la desgracia! Dos encuentros
produjeron en nuestro espíritu una honda impresión que arrancó más de una
lágrima. Encontramos a un bombero de Valparaíso; iba con su casco, llevaba en
sus brazos a uno de sus hijos; le acompañaba su mujer, vestida de luto. Al
vernos el desgraciado compañero nos dijo al pasar, con pena i amargura
“mientras unos van, otros vienen”. No había tiempo para hacer preguntas que tal
vez ahondaran dolores… Enseguida encontramos a un antiguo cuartelero de la 6ª i
7ª, que llevaba en sus hombros los dos únicos hijitos que había salvado. “Los
demás murieron aplastados”, nos dijo, i siguió su camino bajo un sol abrasador,
con hambre i sed. Una pobre mujer se nos agregó en el camino i junto con
nosotros hizo varias jornadas sin demostrar cansancio ni fatiga, era una madre
que iba a Valparaíso a ver su único hijo…En el Salto nos esperaba un tren de
carga que nos llevó rápidamente a Viña del Mar, donde nos obsequiaron pan i
cerveza. El señor Superintendente don Ismael Valdés Vergara, con una galantería
exquisita i con cariño cuidaba a sus voluntarios i veía que todos estuvieran
satisfechos. Aquí pudimos apreciar los nobles sentimientos de este caballero,
que en nuestro entusiasmo juvenil de bomberos de otros años, no habíamos
comprendido. Esa misma tarde seguimos a Valparaíso, desembarcamos en el Barón.Pintar el cuadro que se ofrecía a nuestra
vista es tarea imposible, donde se detuvieran nuestros ojos veían edificios en
ruinas i humos de incendios. Mirando hacia el puerto se veía la ciudad envuelta
en una especie de oscura neblina, eran los restos de la conflagración de la ciudad!
Entramos por la Gran Avenida. Todo el mundo nos miraba con curiosidad
compasiva, varias señoras lloraron al vernos tan llenos de tierra i tan
cansados. Todos querían saber de Santiago, pues no tenían noticia de la
capital. Parece que olvidaban sus penas por saber la suerte de los habitantes
de Santiago. ¿Mucho han sufrido? Nos preguntaban todos. En la Plaza de la
Victoria, que estaba convertida en campamento, hicimos alto; se llamó a los
oficiales de cada compañía i se les dijo: el cuerpo de bomberos queda sometido
desde este momento a la autoridad militar i a todos los rigores de la ley
marcial; se prohíbe murmurar i criticar las órdenes de las autoridades. Luego
se nos puso a las órdenes del Comandante Schönmayer, militar activo i enérgico
que nos señaló el sitio de nuestro campamento: Gran Avenida, jardines frente a
la Sección de Detenidos. Dio las órdenes para que un grupo de voluntarios
trajera víveres, sacos de porotos, papas, cebollas, harina i todos los
elementos necesarios para hacer el rancho. Cada compañía nombró su ranchero,
mientras los demás preparaban las carpas i recogían de los edificios
derrumbados leña en cantidad suficiente. Luego ardían las fogatas i los porotos
principiaron a ablandarse con grande alegría de nuestra parte. Nos preparábamos
para comer i entregarnos al descanso cuando se nos ordenó formar. Eran las 8 de
la noche. Principiaba a quemarse uno de los grandes edificios que teníamos al
frente i se nos llamaba para que prestáramos nuestros servicios bomberiles.
Dirigidas las miradas al incendio se pensó que era cosa de un momento impedir
su avance, pero no había material de trabajo: ni escalas, ni hachas, ni
ganchos, sólo una bomba con poca presión… El comandante Schönmayer comprendió
nuestra situación i nos ordenó entonces salvar el mobiliario i la mercadería en
peligro. Esta orden, hay que confesarlo, produjo un malestar profundo en las
filas de los bomberos, no porque se nos hacía trabajar sin elementos de
salvaje, sino porque era una locura mandarnos a edificios desplomados a recoger
muebles, como si roperos viejos pudieran compararse con la vida de un bombero!!
Sin embargo se trabajó con entusiasmo i se salvaron mercaderías valiosísimas.
Mientras tanto el fuego seguía su obra devastadora, ardía una manzana íntegra
que alumbraba siniestramente la pobre ciudad. ¡Nunca habíamos presenciado un
incendio tan colosal! Se comprendió el peligro que corría la manzana vecina, en
la que había numerosas casas comerciales i el Gran Hotel, valioso por su
instalación. El comandante Schönmayer se desespera; de pie sobre una mesa, con
su revólver a la cintura da órdenes oportunas i enérgica. Llama a sus soldados
para que ayuden a los bomberos i les dice: “Hai que salvar los muebles del Gran
Hotel; el que tome una botella, es hombre muerto; espero que la tropa siga
cumpliendo con su deber como lo ha hecho hasta aquí”. Los soldados avanzaron
silenciosos i en formación de batalla.Todos trabajan.
Mientras tanto en el
entretecho del quinto piso del edificio indicado, trabajaban cuatro voluntarios:
El Capitán Ayudante Horacio San Román Orrego de la 2ª, Cía. Blancheteau de la
7ª; Cía. Alberto Ried Silva de la 5ª Cía. i el que esto escribe.
Se hicieron esfuerzos sobrehumanos para impedir que prendiera el fuego.
Se recogieron todos los baldes de las habitaciones i se trató de llenarlos con
agua que especialmente arrojaba un pitón desde la calle.
Todo fue inútil; el calor del incendio vecino nos impedía estar más de dos
segundos en las ventanas; el agua que nos dirijan para refrescarnos se
convertía inmediatamente en vapor. El esfuerzo hecho por estos cuatro voluntarios
fue presenciado por el señor Ministro de la Guerra, por todas las demás
compañías, por bomberos de Valparaíso, por la tropa i por una infinidad de
paisanos. El fuego rompió de repente i apenas quedó tiempo para escapar. Un
momento más, el humo i las llamas nos envuelven. Otra manzana ardía i las
llamas gigantescas que parecían elevarse hasta el cielo, alumbraban con tanta
claridad los cerros que podían distinguirse perfectamente los más pequeños
detalles. El comandante Schönmayer fue desde ese momento el hombre más popular
entre los voluntarios. Cualquiera broma era contestada inmediatamente por la
irremediable fórmula “hombre muerto”. Hay que dejar constancia que ese militar,
mirado por nosotros como un loco en aquella noche, es un excelente caballero,
de nobles sentimientos. Nos facilitó colchones en que dormir, i si no es por
esta atención habríamos descansado sobre la humedad del jardín. A la una de la
mañana comimos unos porotos i una excelente cazuela o cosa parecida, preparada
por el eximio i simpático ranchero Juan Fleischmann. Después de protestar
enérgicamente de la manera de roncar de Sabino Casou, nos quedamos
profundamente dormidos. Este día lo ocupamos en distintos quehaceres.
Una parte del cuerpo recibió orden de trasladar mercaderías de las estaciones
del Barón i Bellavista i de varias bodegas al campamento militar, contiguo
al nuestro, donde individuos de tropa repartían al numeroso público que las
pedía con ansias. Hombres, mujeres i niños luchaban empeñosamente por recibir
una escasa ración de carne o de frijoles.
Los más fuertes atropellaban a las mujeres por lo cual el distinguido
comandante Schönmayer dividió los grupos, medida ésta que fue muy aplaudida.
¡Los chicos, los pobres niños pedían pan i no había pan quedarles! En todos los
rostros se marcaba el sufrimiento i la amargura, amarrados al corazón de
aquellas gentes en esos días crueles i fatídicos. Los bomberos santiaguinos
mitigaron más de algún dolor, pues de sus propias provisiones obsequiaron a
mujeres i niños que las recibían con lágrimas en los ojos. Pudimos observar el
noble i generoso caso de que un voluntario entregara el almuerzo de sus
compañeros a un grupo de pobres mujeres que no habían comido desde el día
anterior! En la tarde la 6ª recibió orden de trasladarse a los cementerios 1 i
2 a relevar a la 7ª, que estaba ocupada en abrir fosas i sepultar cadáveres.
Tarea es esta que a cualquiera que no está acostumbrado a ella, le impresiona;
sin embargo trabajamos como sepultureros i dimos tranquilo lecho bajo la madre
tierra a más de cien muertos, muchos en estado de putrefacción. A la 6ª, en
compañía de dos voluntarios de la 11ª i a las órdenes del Teniente de la 2ª, le
correspondió el triste i penoso deber de dar santo sepulcro a ocho hermanitas
de los pobres aplastadas por una misma muralla. En abrir las fosas nos
acompañaron como cuarenta individuos que trabajaron solo por una ración en
crudo. Desde el campo santo, totalmente destruido, divisábamos la ciudad. Hasta
nosotros llegaban como extraña música, los golpes de millares de martillos que
golpeaban en las planchas de zinc. ¡Eran los hijos de ese pueblo viril que
preparaban las nuevas habitaciones! I pensamos que con tales hombres la ciudad
resurgiría más hermosa i más grande, para gloria de Chile i de sus hijos. Los
martillos seguían golpeando i nosotros también, con palas i barretas, seguíamos
abriendo profusas fosas. En la tarde bajamos del cerro silencioso i tristes.
Repartimos la ración en crudo a los que nos ayudaron i dimos cuenta del término
de nuestro trabajo al Comandante Militar. Este aprovechó nuestra presencia para
hacernos retirar de los escombros de una muralla volada con dinamita, el
cadáver de un fusilado el día anterior. Lo arrastramos hasta un carretón de la
policía de aseo, cargado de muertos, entre los que iban mujeres, hombres, un
guardián con su uniforme, todos en macabro desorden. En seguida nos ordenó
retirarnos al campamento después de decirnos le dijéramos si nos faltaban
alimentos para hacerlos enviar inmediatamente. Sentimientos tan generosos
comprometieron nuestra gratitud. En nuestra carpa recibimos la visita del
doctor González Olate antiguo i querido compañero de la 6ª. Ha curado una gran
cantidad de heridos i va en esos momentos al Hospital San Agustín a continuar
su generosa tarea; no le queda tiempo para cuatro palabras. Vimos pasar al Excmo.
Señor Montt; recorría la ciudad inmediatamente después de haber desembarcado.
Va visiblemente conmovido. En la mañana hemos visto pasar a dos infelices
rodeados de tropas; los llevaban a fusilarlos; un sacerdote los acompaña i les
reza. A cierta distancia de los soldados va un público numeroso con deseos de
presenciar el trágico fin de esos infames, son incendiarios… Hemos visto también a un pobre
muchacho con los brazos amarrados por las espaldas, que lo traían, no sabemos
de dónde, dos agentes de la sección secreta. Su rostro es simpático, tiene unos
veinte años, va bien vestido con un traje plomo, lo llevan al campamento
militar. Lo seguimos ávidos de presenciar el resultado de esa prisión. Los
agentes se encuentran con un paisano que les dice: ¿I éste? Es bandido,contestan.
Entonces hay que balearlo. El pobre hombre protesta de su inocencia, dice que
es trabajador de un señor cuyo nombre no recordamos, que le permitan sacar de
un bolsillo una libreta en que consta lo que afirma. No se le escucha. En el
campamento no está el Comandante Schönmayer, se llama a un Teniente que
pregunta ¿Trae parte? ¿Se ha sorprendido robando? No, contestan los agentes, lo
hemos tomado por sospecha, además lleva este cuchillo, i entregan un puñal. El
muchacho quiere defenderse pero no le es permitido; dos soldados lo amarran con
alambres por las muñecas, se le pone centinela i los agentes se retiran
satisfechos. Más tarde le vimos pasar; se le había dejado en libertad… ¿Se
probó su inocencia? ¿Había alguna equivocación? ¿Era víctima de una venganza?
¿Quién era el sujeto que dijo a los agentes hay que balearlo? No pudimos
averiguarlo i no lo sabremos nunca. Pero este hecho típico viene a destruir la
creencia que existía i existe aún en muchos, que a cualquier individuo i por
cualquier falta se le fusilaba sin más trámite. No, las autoridades militares
parece que procedieron en toda circunstancia amoldándose a la más estricta
justicia i al criterio más sereno. Como a las 5 P.M. se nos ordenó
recorriéramos cuidadosamente todos los edificios de una manzana, para
imponernos de si había fuego, pues se temía, i talvez con razón, que los
encargados de las mudanzas dejaban preparado el incendio… No encontramos nada
digno de mención. En los momentos que reventaba una bomba de dinamita aplicada
por individuos de la armada, para destruir un edificio en ruinas, nos
encontramos con nuestro amigo el doctor Carlos López López, de nacionalidad
boliviana, en compañía de los estudiantes de medicina, señores Julio Moscoso i
Rómulo Romero. Se habían adelantado al grueso de la ambulancia que venía de la
capital i después de una marcha penosa i llena de privaciones llegaban a
ponerse a las órdenes del activo e inteligente doctor Grossi. La actitud de
estos profesionales es digna de aplausos, tanto más si se considera que dos de
ellos son extranjeros. Les ofrecimos inmediatamente nuestra carpa i comida que
aceptaron reconocidos. El doctor López i sus ayudantes, sentados en el suelo,
comieron esa noche, con bastante apetito un modesto plato de papas i un trozo
de queso, pero sin pan. Les facilitamos además un colchón i uno de nuestros abrigos.
En la noche hicimos guardia, a cada compañía le correspondía una hora. A las 8 P.M.,
al lado de nuestro campamento se fusiló a un bandido i su cuerpo quedó allí hasta
el día siguiente, amarrado a uno de los árboles del paseo… A media noche se
escuchan los fuertes estampidos que producen los explosivos en los edificios
que aun arden i el fuego, en sus agonías, alumbra aun, con resplandores siniestros
la ciudad destruida i atemorizada. DIA 22 A las ocho de la mañana recibimos la
inesperada orden de alistarnos para volver a Santiago. El cuerpo se dividió en
dos secciones, una compuesta por las seis primeras Compañías, i al mando del
Capitán Horacio San Román Orrego partiría inmediatamente i la otra el día 23.
En la Plaza de la Victoria, en la carpa de la primera autoridad i en presencia
del Comandante Luis Gómez Carreño se nos armó con carabinas i las municiones
correspondientes. Se temía que nos asaltaran i se corría, con visos de mucha
verdad, que una veintena de jóvenes santiaguinos habían sido asesinados en el
camino. Dejamos a Valparaíso con el alma enternecida i haciendo votos
fervientes por su rápido resurgimiento. Desde el Barón hasta el Salto el viaje
se hizo por ferrocarril sin novedad. Nuevamente principia la marcha a pie bajo
un sol ardiente. En Quilpué fuimos nuevamente atendidos en la “Olla del
Peregrino”. En este pueblo nos encontramos con los estudiantes de Medicina i
médicos de Santiago. Vienen a pie desde Limache i cada uno de ellos trae un
enorme paquete de charqui. Después de servirse algunos refrescos siguen viaje
al norte. Nos hicieron infinidad de preguntas sobre el estado de Valparaíso. En
Quilpué recibió orden la 6ª de seguir como avanzada hasta Villa Alemana de
donde pediría a Limache por telégrafo un tren para el grueso. Nuestra compañía
cumplió fielmente con lo ordenado por la superioridad; hizo una marcha forzada
hasta Villa Alemana donde se le dijo había un tren lastrero que podía llevar a
los bomberos. Después de un viaje duro i penoso alcanzó el tren, pero su
maquinista se negó a esperar, por lo que nuestro entusiasta Teniente Farmer,
ordenó que dos voluntarios siguieran hasta Limache en la máquina, mientras él
esperaba en la estación con los demás compañeros, al Capitán Horacio Horacio San
Román Orrego. Los dos voluntarios obsequiaron por el camino el pan que les
quedaba a un oficial de ejército, que con numerosos soldados hacia trabajos en
la línea i que no tenía ese elemento indispensable en toda comida. Llegamos a
Limache en los momentos en que el señor Ismael Valdés Vergara i Ministro de
Industria tomaban el tren en dirección a Santiago. Fuimos atendidos
cordialmente por estos caballeros i el señor Ministro dio las órdenes
necesarias para que nuestros deseos fueran satisfechos. Por el telégrafo de la
estación se puso el siguiente telegrama. Comandante de Bomberos — Villa Alemana
— Tren en una hora más — La sesta. A las 7½ P.M. llegaron los demás compañeros
en carros de carga i se pernoctó allí en la misma forma anterior. Había
alimentos en cantidad suficiente. Esa tarde llegaron a Limache numerosos
miembros de la colonia italiana de Santiago que iban a prestar sus servicios
gratuitamente a los afligidos habitantes del pueblo. Los dos voluntarios que
llegaron primero a Limache fueron atendidos generosamente por varias familias.
DIA 23 A las 8 A.M. estamos listos para seguir a Santiago. Antes de partir se
entrega a nuestro cuidado un grupo como de 50 huérfanos de ambos sexos, algunos
heridos i que deberíamos traer a la capital. En el camino los voluntarios
juntaron todo el pan que llevaban i lo repartieron entre los chicos. Algunas
señoritas les obsequiaron chocolate i los atendieron primorosamente; se les dio
también agua recogida en una estación i parecían los pobrecitos estar muy
satisfechos. En el túnel de la Paloma, cada bombero tomó un niño en los brazos para
hacer el transbordo. Los trabajos para despejar la línea avanzan rápidamente;
el interior del túnel está alumbrado para comodidad de los pasajeros. A ambos
lados hay soldados con rifles. Camino ya directo a Santiago, el maquinista dio
toda fuerza a la máquina. Fue aquello algo espantoso. La ferretería de los
carros crujían como si se fueran a desarmar, varias señoras principiaron a
llorar i a pedir que se detuviera el tren. Los que íbamos en el carro del
carbón no nos dábamos cuenta de la alarma que había en los vagones, pero
advertíamos que el tren avanzaba de una manera vertiginosa i que los ayudantes
del maquinista habían perdido sus gorras arrastradas por el viento enorme que
producía el convoy en su marcha. Un voluntario, nos grita i nos advierte el peligro,
nos habla del pánico de los pasajeros. Se amenazó al conductor de la máquina
para que regularizara la marcha. Los maquinistas de la 1ª i 5ª que viajaban en
el carro carbonero hicieron cálculos matemáticos que demostró la velocidad
increíble del tren: ¡cerca de noventa kilómetros por hora! En una de las
estaciones en que el tren se detuvo se hicieron por casi todos los pasajeros,
cargos al maquinista por su imprudencia. Un clavo malo, un obstáculo cualquiera
en la línea, habría sido suficiente para producir una catástrofe espantosa.
Seguimos por fin a Santiago, dispuestos a disparar nuestra carabina al
maquinista, si este insistía en llevarnos con tanta velocidad. A las 4 i
minutos P.M., se detenía el convoy i entregábamos los huérfanos en el Asilo de
la Avenida Matucana de esta ciudad, en medio de la curiosidad de una inmensa
cantidad de gente, mucha de la cual lloraba ante las dulces i tiernas escenas
que se producían al saludarse las monjas de Limache i de Santiago. A los pocos
momentos desembarcamos en la Estación Central, donde centenares de personas nos
abrían calle i nos preguntaban por Valparaíso i sus desgracias.Mui variados comentarios hemos oído sobre
este viaje después de nuestra llegada. La mayor parte de ellos son favorables
para el Cuerpo, pero han circulado algunos con el objeto de empequeñecer el
esfuerzo gastado por la juventud bomberil. No pudimos prestar nuestros
servicios en forma debida porque las circunstancias no lo permitían. El
material de trabajo de los voluntarios porteños estaba en su mayor parte bajo
los escombros i nosotros no podíamos haber llevado el nuestro, por la falta
absoluta de medios de transporte. Se mantiene, pues, siempre muy en alto, el
deseo que nos guió al emprender la marcha sin más propósito que la de servir a
nuestros semejantes en horas de dolor i desgracia. No debíamos ser nosotros los
que dejáramos constancia de estos hechos si creyéramos que existe la modestia.
Cada voluntario supo cumplir con su deber en todo momento i el noble uniforme
se mantuvo en toda circunstancia siempre limpio i digno de su historia. Nadie
podrá levantar su voz para señalar un hecho que haga desmerecer a un miembro de
la institución, pero en cambio, ¡cuántas palabras de agradecimientos se
pronunciaron en aquellos días tristes en que nosotros repartíamos provisiones o
las teníamos a nuestro alcance! Nuestro viaje a Valparaíso podemos compararlo
muy bien con una levantada de noche, cuando nos llama la lúgubre campana de
alarma. Nadie es testigo del esfuerzo que gastamos para acudir presurosos. La
ciudad duerme. Por los campos, fueron muy contados los que nos vieron a marcha
forzada camino de Valparaíso… ¡Hemos quedado tranquilos i satisfechos! Nuestra
intención fue santa! El recuerdo de ésta jornada vivirá perennemente con
nosotros en la misma forma en que guardamos todo acto de servicio en que
exponemos la vida sin vacilaciones ni dudas. No cerraremos estas líneas sin
enviar antes un voto ferviente de aplauso a nuestros leales compañeros de
Valparaíso. Fuimos testigos de sus desgracias, de sus esfuerzos i de sus
fatigas. No olvidamos tampoco a los voluntarios de Concepción y Talcahuano que
con elementos de trabajo llegaron por mar a Valparaíso en la misma mañana de
nuestra llegada. PRECIO DE VENTA $ 1.- A BENEFICIO DE LOS HUERFANOS DE LIMACHE
Notas: 1.- Este escrito es una transcripción del folleto editado en el año
1906, cuyos 500 ejemplares emitidos fueran confeccionados en la “Imprenta y
Casa Editora de los Hnos. Ponce” y que como se menciona en su final, fueran
vendidos en la suma de $ 1.- en beneficio de los huérfanos de Limache.Mr.Humberto
Landi Lespinasse, ingresó a la 5ª compañía del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso,
el 14 de abril de 1906 para iniciar una carrera en la que alcanzó a servir todos
los cargos de los servicios activos y administrativos de la “Compagnie”; por
ejemplo en 1914 fue Capitán por primera vez y, en 1928, Director, cargo que sirvió
ininterrumpidamente hasta el 4 de noviembre de 1950. Pasó luego a ser Tesorero
General del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso entre los años 1950 a 1952; para
llegar a ocupar el cargo de Vice-Superintendente del Cuerpo en 1954;
culminando pronto como Superintendente en los años 1955 y 1956 cuando le
correspondió celebrar el esperado Centenario de la existencia de la “Pompe France”
de la que fue siempre destacado Voluntario.
Llevaba tan solo, 4 meses y dos días de ingresado a Bombero cuando ocurrió el
terremoto de Valparaíso de 1906. A los 8 años de servicio ya era capitán de
compañía; sirvió el cargo de Director por 22 años. Y oficial general por 6
años, llegando a ser Superintendente de C.B.V. Además fue el presidente numero
°12, del Club de Fútbol Santiago Wanderers entre 1927-1928 Condecorado con el
grado de Caballero el 14-06-1951 por el gobierno de Francia “ Personnalités
décorées dans l’Ordre National de la Légion d’Honneur.
Valparaíso 1851 (hrm/cca)
Fuentes: Bombero don Pedro Torti Besnier, 2° Cía. "Esmeralda" de Santiago / Wikipedia/ Cineasta don Lautaro Triviño Hermosilla, Valparaíso Antiguo: Terremoto de 1906 / www.segundinos.cl 2° Cía. "Esmeralda" de Santiago / Viaje de los Bomberos a Valparaíso, del Bombero don Galvarino Ponce 16.10.1906.
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